miércoles, 18 de mayo de 2011

¿Cómo se llega de la Puerta del Sol a la Plaza Tahrir?


El pasado domingo 15 de marzo asistimos en toda España a manifestaciones multitudinarias que reclamaban una oportunidad para los jóvenes de este país. Al día siguiente los medios de comunicación ya empezaban a poner nombres a este movimiento, surgido en Internet y las redes sociales, movimiento de los indignados, del 15M o de democracia real.

Sin duda, hay motivos más que de sobra para expresar esta indignación, nadie puede estar satisfecho con el momento que atravesamos. Y es responsabilidad de los dirigentes escuchar a los ciudadanos y dar respuesta a una preocupación creciente.

Sin embargo, hay que reflexionar sobre la siguiente cuestión ¿Por qué los manifestantes lanzan un ataque directo contra toda la clase política?, es más ¿Por qué se rechaza la política?.

Yo creo que no están rechazando la política, ya que ellos mismos, algunos sin saberlo, están haciendo política, basta con leer el manifiesto de democracia real para comprobar su enorme calado político. Lo que se rechaza es la forma actual de hacer política y la propia estructura de poder de nuestro país, se rechaza lo que ellos llaman “dictadura partitocrática”.

Estoy convencido de que todas las personas que acudieron a la manifestación del domingo, y permanecen en la Puerta del Sol o en las setas de la Plaza de la Encarnación, son gente con conciencia social, que quieren cambiar el mundo que les rodea, gente que se tiene que ganar la vida día a día con su trabajo y a la que nadie nunca le ha regalado nada, son, en definitiva, gentes de izquierdas.

Todas esas personas están reclamando una participación efectiva en la vida pública, para poder así aportar soluciones a los problemas que nos acucian.

Probablemente tengamos que reconocer que estas personas no han tenido cauce de participación adecuado en las actuales estructuras de los partidos políticos. Bien porque no lo han intentado, bien porque habiéndolo intentando se ha frustrado, o bien porque no se les ha abierto las puertas con convicción.

Estoy convencido que los partidos de izquierda tienen que abrir las puertas con convicción a todo este movimiento, aún sabiendo que resulta enormemente complejo, sobre todo atendiendo a que las estructuras profesionalizadas de los partidos tienden a conservar el status quo.

Hay que acercar y tender puentes desde los partidos de izquierda hacia toda esa gente que está en la calle manifestándose, hay que acercar a toda esa gente a la participación política. Porque si no se hacen los cambios desde dentro, se corre el riesgo de que el sistema se desborde y se conduzca la indignación hacia el populismo.

La gran barrera que impide una participación real es la profesionalización de la política.

Por ello los cambios deben venir por el camino de facilitar la participación efectiva de cada vez más ciudadanos en la vida interna de los partidos de izquierda. Necesitamos que cada vez haya más personas dedicadas a la política, sin que por ello tengan que renunciar a su propio trabajo o profesión.

Para ello es imprescindible cambiar las formas de organización y de toma de decisiones de los partidos, con un catálogo de medidas que están en la cabeza de todos y que permitirían ensanchar la base social y la representatividad de los propios partidos.

Porque los cambios que demanda la sociedad deben ser articulados a través de los partidos políticos.

Ya que un movimiento, por sí sólo, si no cuenta con el apoyo de estructuras representativas no puede articular o canalizar los cambios. De ahí que los movimientos se expresen a través de manifiestos, y los partidos políticos se expresen a través de programas legislativos o de gobierno.

Por tanto, transitar desde la Puerta del Sol a la Plaza Tahrir hace falta un contrato social, un pacto de ciudadanía, que también podemos llamar programa. Sólo es posible andar este camino si este movimiento se articula políticamente, y si alguien recoge el guante que se está lanzando por parte, principalmente, de los jóvenes de este país.

lunes, 9 de mayo de 2011

La importancia de unas elecciones

Todas las elecciones son trascendentales, y como ciudadanos no podemos desentendernos de quienes deben ser nuestros representantes.

Sin duda muchos pensarán, más aún en el momento actual, que para que les sirve un Ayuntamiento, una Comunidad Autónoma o un Presidente del Gobierno. Que ninguna de estas instituciones ha hecho nada para mitigar su drama personal o encontrar una solución a su situación de desempleo o de trabajo sin derechos en la que están.

Puede que esté calando ese pesimismo en los ciudadanos y que la mal llamada clase política no esté contribuyendo a rebajar esas cotas de pesimismo, pero renunciar al voto, es tanto como renunciar a nuestra condición de ciudadanos.

Y es que el voto es lo que nos hace ciudadanos. El voto es la esencia de la soberanía popular. El voto es un acto que nos iguala a todos. El voto tiene el mismo valor, venga de donde venga, lo deposite un electricista que acaban de despedir de una empresa, o el dueño mismo de esa empresa.

El voto es el único instrumento que nos permite cambiar la realidad de las cosas. Por eso el derecho a elegir y se elegido es la base de nuestra democracia. Y sólo conseguiremos una democracia mejor cuanta más gente ejerza su derecho al voto, en todo los ámbitos: en unas elecciones generales, municipales o autonómicas, pero también en unas elecciones a representantes de alumnos en la universidad, o de comité de empresa, o de asociación de vecinos, o dentro de los propios partidos políticos, que articulan propuestas homogéneas a la ciudadanía.

Sólo con la participación activa, comprometida y ciudadana seremos capaces de revertir el grado de escepticismo, apatía y desinterés que tenemos instalados en nuestra sociedad.

Por eso hay que ir a votar, ir a votar lo que queramos, a votar lo que nos salga de dentro, de la cabeza, del corazón, del estómago o de las entrañas, pero votar.

Hay que depositar un voto exigente con quienes nos representan, un voto crítico. Y nuestros gobernantes deben asumir que el voto no es un cheque en blanco, sino una muestra de confianza.

Por eso, no hay mayor traición a la democracia que cuando un representante defrauda la confianza de los representados buscando un interés particular e individual, un beneficio propio y no el bien común de todos los ciudadanos.

Ha llegado el momento de expandir nuestra democracia, en todos los ámbitos. Ha llegado el momento de dejar el protagonismo a los ciudadanos, que cuentan con nuevos instrumentos de información y relación.

Sin duda seremos más pobres y existirán más desigualdades si cada vez votan menos personas, si cada vez participan menos personas en los procesos democráticos, o si estos procesos acaban convirtiéndose en meros legitimadores de decisiones de un pequeño Sanedrin.

Ya no hay excusa en la calidad de los representantes, puesto que todos nosotros somos responsables de nuestros actos, y no hay peor forma de perpetuación de la mediocridad y el oportunismo que el desinterés de los ciudadanos por la política.

Sólo hay una forma de evitar que nuestras instituciones se llenen de políticos mediocres y oportunistas y es participando activamente en política. Bien sea con un voto crítico, responsable y atento, o bien sea dando un paso más y comprometiéndose con un proyecto.

Ha llegado la oportunidad de participar, ha llegado el momento del voto, ha llegado el momento del compromiso.