sábado, 18 de diciembre de 2010

La Consagración de la Primavera


Acabo de terminar la lectura de la novela la Consagración de la Primavera, de Alejo Carpentier. Compré el libro por diez pesos convertibles en la casa natal del autor, en la calle del empedrado de la Habana vieja, más como una contribución a la restauración de edificio y a los que allí estaban trabajando, que como precio.

Iliana y yo entramos por una curiosidad, porque el escritor falleció el mismo día en que yo nací, el 24 de abril de 1980. Aquello nos sirvió de excusa para hablar con los que se encontraban en ese momento en la casa.

La consagración de la primavera va entrelazando dos narraciones en primera persona, la de Enrique, arquitecto cubano que llegó a formar parte de las brigadas internacionales durante la Guerra Civil española, y Vera, bailarina rusa que instalada en París actúa con su compañía por diversos lugares de Europa.

Vera es una exiliada de la revolución soviética, arrastrada por su padre a huir de los comunistas a los que consideraba que iban en contra del destino natural de las cosas. El capítulo 26 comienza con la declaración de su padre: “Yo no leo los periódicos”, “hoy cualquier maestroescuela engreído, filósofo de café o socializante musañero, se creía calificado para trastocar lo establecido y construir mundos mejores sobre las ruinas del presente, olvidando que los reyes y emperadores habían sido educados, instruidos y formados, para asumir las enormes responsabilidades del Poder…”. Sin duda todo un manifiesto conservador y absolutista, digno de ser leído completo.

Fruto de la influencia de su padre Vera se considera como un ser apolítico, desvinculada de la política, que para ella es el origen de sus males y de sus emigraciones.

Sin embargo, cuando se casa con Enrique y se instala en la Habana, a pesar de que ella no lo pretenda, comienza a hacer política. Primero funda una escuela de danza para la burguesía criolla, que hacía grandes negocios con los americanos durante la dictadura de Batista. Como las chicas se le casan pronto y abandonan la escuela, decide fundar una segunda escuela gratuita en La Plaza Vieja de la Habana, para negros, mestizos y mulatos, resultando estos mucho más comprometidos con el arte. Con el dinero que cobraba a las jovencitas burguesas, sufragaba el mantenimiento de la segunda escuela. Sin buscarlo comenzó a redistribuir la riqueza en aquella sociedad clasista.

Pero algo que no estaba previsto sucede a lo largo de la novela, Mirta una alumna de la escuela del Vedado se enamora de Calixto un alumno negro de la escuela de la Habana Vieja, durante la preparación del ballet de la Consagración de la Primavera. Si aquello se llega a hacer público supondría el fin de ambas escuela.

En esos instantes se recrudece la represión de la dictadura de Batista contra estudiantes universitarios y jóvenes hartos del régimen. La policía masacra la escuela de Vera en la Habana Vieja, matando a alguno de estos jóvenes. Calixto consigue huir refugiándose en Sierra Maestra junto con las tropas rebeldes que comienzan la revolución.

Vera se refugia en Baracoa, en el oriente cubano, al este buscando quizás su tierra de origen, en un auténtico exilio interior.

Cuando se asienta definitivamente la Revolución, tras la victoria de los cubanos en playa Girón, Vera acaba dándose cuenta que no necesita seguir huyendo, que su estabilidad se encuentra en la propia Revolución. Y concluye la novela con un discurso de Fidel Castro, que sirve de réplica al padre de la profesora de baile: “Nosotros con nuestra, Revolución, no sólo estamos erradicando la explotación de una nación por otra nación, sino también la explotación de unos hombres por otros hombres…”.

Os recomiendo la lectura de esta novela, ya que además de la historia en sí y de la reflexión a la que nos empuja, está cargada de citas y evocaciones de grandes maestros de las artes, música, literatura, pintura, escultura, arquitectura y danza.